miércoles, 14 de marzo de 2012

Crisis - ¡Queremos ver quiebras!

Hace unas semanas se produjo un suceso trágico en La Coruña, que por su dramatismo ocupó las portadas de los periódicos de todo el país, durante varios días. Sucedió que Tomas Velicky, un joven eslovaco que cursaba una año de estudios en la ciudad, decidió tras una noche de juerga bañarse en la playa del Orzán.

Al poco, notó que se ahogaba y, a sus gritos de auxilio, acudieron varios policías al rescate. Ese valiente gesto, por desgracia, no solo no sirvió para salvar al muchacho, sino que tres de los rescatadores perdieron además su propia vida durante el frustrado rescate.

Esa historia de heroismo altruista es tremenda y ciertamente conmovedora. No obstante, más allá de eso, también da el suceso pie a la reflexión, porque es poco menos que imposible evitar preguntarse hasta qué punto tiene sentido que tres hombres que trabajaban se hayan visto en situación de perder sus vidas, para intentar salvar la de un juerguista imprudente.

Un país que reconstruir

Sin acercarse por supuesto a esa tragedia, la crisis ha puesto a España se encuentra ante una situación similar. Tras haber sufrido un largo período de gestión manifiestamente mejorable, a cargo de un gobierno claramente infracualificado, el país está hundido, hay quien clama para que le salven y, aunque no sea evidente pensarlo, tal vez podría ser mejor dejar que se ahogue.

La borrachera económica vivida entre 2004 y 2007, dejó tras de si la inevitable resaca. Para cuando llegó el año 2011, el país había pasado de tener una deuda externa neta de 290.000 MEUR, a otra que supera el billón de EUR; desde un déficit público cero, a otro equivalente al 8,5% del PIB; de crear 450.000 puestos de trabajo anuales, a destruir 400.000 y, lo peor de todo, desde 2.000.000 hasta 5.000.000 de parados.

Con esa situación llegamos a Diciembre de 2011. A partir de entonces, el país se ha dado otra oportunidad. Ha elegido a un gobierno nuevo, ha aceptado una subida de impuestos, ha iniciado una potente reforma laboral, ha impulsado una reforma financiera, ha acordado con los socios de la Eurozona una fuerte reducción del déficit público, y se dispone a soportar un seco recorte del gasto público.

El país sabe que va a ser duro, pero está mirando a los problemas a la cara y, por primera vez en mucho tiempo, los observadores tienen la sensación de que de nuevo el país merece confianza.

No hay más narices

Para llegar hasta aquí, ha sido necesario que los españoles afronten todavía más recesión, más paro, más impuestos y menos servicios a cambio de ellos. Colectivamente, España ha acordado que los sacrificios son necesarios para mantener en pie las administraciones públicas, porque no puede permitirse carecer de ayuntamientos que recojan la basura, comunidades autónomas que sostengan escuelas y hospitales, y Estado que pague las pensiones.

Con mucho más esfuerzo, porque un extremo del arco político tiene severas dificultades ideológicas en este sentido, el país también ha aceptado que deben ser salvados los bancos, porque igualmente no puede permitirse carecer de un lugar donde los ahorradores puedan depositar sus ahorros con confianza.

Alto ahí

Pero mucho ojo, porque hasta aquí hemos llegado. Porque el siguiente paso en este camino de rescates a cargo del contribuyente es uno que no debemos dar. Nos referimos a los rescates de empresas no financieras. Puede que esto no sea evidente, pero lo mejor para el país es dejar que quiebren todas aquellas que no puedan sobrevivir sin ayuda. Lisa y llanamente.

Vamos a explicarnos algo mejor, porque es fácil ser víctimas de sesgo ideológico, y que no siempre tengamos tan claro eso de que por un lado sea lógico ayudar a los malvados banqueros, pero por otro no lo sea hacer lo mismo cuando se trata de los esforzados trabajadores del metal.

Menos lobos, Caperucita

Para empezar, el dato es que justamente la mayoría de los trabajadores del metal no necesitan que les salve nadie, gracias. Las empresas españolas que producen bienes exportables van, de hecho, de maravilla. Las ventas de bienes y servicios alcanzaron, según el Banco de España, los 324.000 MEUR en 2011, tras haber crecido 40.000 MEUR respecto al año anterior. Para que podáis comparar, las ventas de 1990 fueron 51.000 MEUR.

Lo que aquí se discute realmente es, si acaso, si hay que sangrar todavía más a esos mismos trabajadores del metal, para rescatar a otras empresas muy distintas. Y eso es justamente lo que hay que evitar.

Datos curiosos

Fijaos en este gráfico, perteneciente a un informe publicado hace 2 meses por el McKinsey Global Institute.


El gráfico compara la composición de la deuda en varios países principales, en función de quien sea el deudor: hogares, compañías no financieras (las empresas, vaya), instituciones financieras (es decir, los bancos) o administraciones públicas (los gobiernos). ¿No os llama algo la atención?

Pues, más allá de los vivos colorines de las banderitas (que fue lo primero que pensamos nosotros), también encontramos muy interesante un dato algo más discreto, pero que creemos es clave. En los tres países de la Europa latina, es decir, Francia, Italia y España, la deuda de los bancos es menor que la de las empresas. Ahora pensad ¿qué quiere decir eso?

Es evidente para todos que los bancos usan la deuda que toman para financiar, a su vez, a las empresas, las familias y los gobiernos. Por lo tanto, si la deuda de los bancos es, en algún país, menor que las de las empresas del mismo país, eso significa que parte de la deuda de esas empresas no es con los bancos, sino directamente con las familias (porque emiten bonos) o con bancos extranjeros.

He aquí la cuestión, porque los países latinos tienen tradicionalmente un sector financiero más pequeño que los anglosajones, y sus empresas tienen generalmente más deuda que las alemanas y escandinavas.

Spain is different

En el caso de España, es bastante evidente que las empresas no emiten bonos casi nunca. ¿Cuanta publicidad habéis visto últimamente de “compre bonos de El Corte Inglés”, o de “invierta en bonos de Inditex”? Probablemente casi ninguna, y desde luego mucha menos que la que hacen los bancos para captar ahorro. Lo cierto es que las empresas españolas emiten muy pocos bonos.

Por lo tanto, toda la deuda de las empresas españolas que no proviene de las familias, proviene de la banca extranjera. ¿Y cuanta deuda es? Pues, como también podéis ver en el gráfico anterior, hablamos de mucha deuda. No, de mucha no, de muchísima. El gráfico muestra que la deuda de las empresas españolas equivale al 134% del PIB, es decir a la friolera de 1,4 billones de EUR.

Obviamente, parte de esa deuda es perfectamente normal. Aunque el país no estuviera en crisis, las empresas españolas tendrían una deuda comparable a la de otros países, digamos el 70% del PIB. Eso quiere decir que las empresas españolas tienen unos 650.000 MEUR de puro exceso de deuda.

Ya, pero ¿no ha sido así siempre? Pues no señor. Ved si no este otro gráfico, procedente igualmente del mismo informe que el anterior.


¿Qué os parece? ¿Notais el detalle? Pues claro que sí. Como veis, la deuda de las empresas españolas se disparó al entrar España en el Euro en 2000, y luego de nuevo, como veis, al entrar el gobierno anterior en Abril de 2004.

Eccolo quà!

Pero no solo eso, sino que, además, el primero de los dos gráficos mostraba claramente que el problema de la deuda española está fuertemente concentrado en las empresas, puesto que ninguno de los otros 3 grupos tiene una deuda significativamente alta, en comparación con otros países.

Eso, a su vez, quiere decir que el problema de deuda del país no está en el sector público (si es que realmente se ataja el deficit público), en los hogares o en los bancos, sino que está concentrado en las empresas.

¿Y cuales son pues esas empresas tan endeudadas? ¿Se trata de los restaurantes, los fabricantes de peines, las industrias químicas? Pues no señor, como os habreis imaginado no se trata de ninguna de esas. Claro, ya os parecía a vosotros.

De los 1.400.000 MEUR de deuda que tienen las empresas españolas, sabemos que más de 300.000 corresponde a las inmobiliarias. A esa cifra habría que añadir la de otros sectores sobreinvertidos, de los cuales no tenemos cifras (pero las tendremos, ya nos conocéis).

Los sectores en los que pensamos son todos aquellos que han exigido fuertes inversiones de capital en los últimos años, de modo que la lista de los sospechosos habituales os sonará mucho: autopistas, empresas de generación eléctrica alternativa (eólicas, fotovoltáicas, termosolares, etc.). Ya os daremos nombres y cifras.

Bien, pues resulta que tenemos una pila de unos 650.000 MEUR de exceso deuda en las empresas, que está concentrada sobre un grupo, más o menos identificado, de compañías que participaron en la borrachera de 2004 – 2007, se embarcaron en gigantescos proyectos de inversón de imposible realización, se llenaron de deuda hasta las orejas, proporcionada por bancos españoles y (crucialmente) en buena medida también extranjeros, y que ahora resulta que no pueden devolver lo que pidieron prestado.

¿Solución? No tengáis duda alguna: que quiebren. Por varios motivos.

La regla del 5

Primero, por simple justicia. No tiene sentido que quien se metió en deudas buscando lucrarse, espere ser ahora rescatado. Bastante han hecho los contribuyentes españoles rescatando a las cajas de ahorros, pero es verdad que eso era inevitable.

Sin embargo, salvar a las empresas no solo es perfectamente evitable, sino que además creará un buen precente (y evitará que se cree uno malo, no lo olvidéis).

Segundo, porque tampoco se pierde mucho. No creais que si una autopista quiebra la cerrarán y se la llevarán a otro lado. Simplemente, resultará que sus accionistas perderán lo invertido (así son los negocios), sus acreedores tendrán que perdonarle la parte de la deuda que no pueda pagar (así son los préstamos), y luego se quedarán con el resto.

Pero desde luego que la autopista de marras seguirá abierta porque, en cualquier caso, lo que está claro es que lo que seguro que no quiere ningún acreedor, por dolido que esté, es provocar que encima cierre la autopista y entonces se pierda la totalidad de lo prestado, en lugar de solo una parte.

Tercero, porque así se acelerará la recuperación. La recuperación exige que la deuda global del país se reduzca y, en el caso de España, eso significa en particular la del sector privado. Y claramente una buena quita, ocurrida tras la correspondiente quiebra, es una forma rápida y justa de conseguirlo.

Cuarto, porque el país no puede estar pagando los costes de los errores de los prestamistas extranjeros. Bastante grave es que los españoles tengan que pedir favores a la Eurozona para salvar a sus propios bancos, como para además salvar a los bancos de los demás. Si un banco de Singapur prestó dinero a una autopista española, que se chupe una quita como está mandado. Aquí, que cada palo aguante su vela.

Quinto y último, pero tal vez lo más importante, para garantizar la primacía de la ley. El caso de las autopistas es, de nuevo, palmario. Resulta que ahora reclaman las autopistas que el coste de las expropiaciones que tuvieron que hacer fue demasiado alto. Pues que no las hubiesen hecho, en lugar de venir ahora con cuentos.

En opinión de la Gacetila, está claro que el Gobierno debe resistir con uñas y dientes cualquier petición para cambiar cualquier contrato, o para pagar cualquier exceso sobre el absoluto mínimo que marque lo ya firmado. Y para demostrarlo, cualquier reclamación deberá hacerse por la correspondiente vía judicial.

No es lo mismo

¿Y si las quiebras de empresas se llevaran por delante a algún banco español? Pues entonces habría que plantearse salvar al banco, con los mecanismos habituales para estos casos. Pero solo al banco, no a las empresas que impaguen. No os engañeis, hablamos de 650.000 MEUR de exceso de deuda, y todo el dinero dedicado hasta ahora a salvar bancos no llega a 100.000 MEUR. Es que no hay comparación.

De modo que mucho ojo, chavales. Cada vez que veais a un señor de una patronal diciendo que si las fotovoltáicas tienen que cobrar más, que si las eléctricas quieren seguir con el cuento del déficit de tarifa, que si hay que salvar a las radiales de Madrid, o que no se puede dejar caer a las inmobiliarias, ya sabeis: ¡Mano a la cartera y ni un duro al pedigüeño!

Una cosa es que en la Gacetilla tengamos claro que hay que hacer sacrificios para que este país vuelva a ser lo que siempre mereció, y otra muy distinta que nos dejemos la puerta abierta y se cuele por ahí cualquier caradura. Salvando las distancias, pero en cierto modo igual que en el caso de la playa del Orzán, a ver si resulta que van a acabar palmando un puñado de buenos trabajadores, para salvar a algún vivales imprudente.

¡Vigilancia, chavales, que llegan los nuevos jetapálidas!

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