El pasado Viernes terminó en Bruselas una cumbre de la Unión Europea con un final dramático. David Cameron, el Primer Ministro británico, utilizó su veto, y los otros 26 miembros de la UE decidieron seguir adelante sin él.
Cualquiera que se la consideración que se haga sobre la postura de Cameron y sobre la respuesta de los demás, lo que está claro es que las consecuencias de esta decisión pueden ser dramáticas: muchos observadores coinciden en señalar que el tiempo de Gran Bretaña en la Unión puede haber tocado a su fin.
Nosotros, en realidad, sospechamos que Gran Bretaña todavía no ha dicho la última palabra sobre su pertenencia a la UE. Aunque los otros 26 decidieran efectivamente seguir adelante sin ellos (cosa que podría no llegar a suceder después de todo), tendrían que constituir instituciones nuevas, puesto que Gran Bretaña tiene derecho legal a participar en las que existen actualmente. Sería necesario por lo tanto dejar sin financiación ni funciones prácticas a la actual Comisión Europea, el Parlamento Europeo, y el Tribunal de Justicia, y constituir otros nuevos con solo 26 miembros.
Ya os podréis imaginar el fregado logístico que eso supondría, potencialmente con nuevas sedes, nuevos sistemas informáticos, nuevos funcionarios (ninguno británico, es de suponer), dificultades legales en el traslado de expedientes, etc. Por lo tanto, antes de que esto suceda parece que todavía quedaría una negociación pendiente, aunque no fuera referida más que a los asuntos de orden práctico (alguno de los cuales puede también resultar calado político profundo).
Ya, pero ¿qué hay de lo mío?
En cualquier caso, desde el punto de vista de los que países siguen adelante, no hay duda de que el destino de Gran Bretaña es un problema relativamente secundario, y cuya solución además está ahora ya decidida. Pero volviendo al Euro, que es lo que más nos preocupa, vemos que vuelve a producirse la, ahora ya habitual, cacofonía de voces que claman por llegar a una solución definitiva de una vez.
Con disimulo cada vez menos trabajado, exigen que el Banco Central Europeo pague generosamente todo el desaguisado, por la vía de lanzar un programa mayorista de compra bonos de los países endeudados. Eso cuando no piden que Alemania se quede directamente con la factura, por la vía de autorizar la emisión de Eurobonos, que beneficien a los países endeudados, a base de ir tirando del crédito de los virtuosos teutones. Vamos, que no tenemos jeta ni na'.
Como cabía esperar, el BCE y Alemania se niegan, lo cual da alas a sus críticos para hacerles responsables de todos los males del mundo, desde la falta de crédito inmobiliario hasta el sarampión. Entonces ¿en qué quedamos? ¿Queda pues ya resuelta la crisis esta vez por fin? Y si no lo está todavía ¿significa eso que el Euro es ya insalvable, y que está destinado a terminar como el rosario de la aurora, como sugieren los agoreros?
De dónde venimos
Pues ni lo uno, ni lo otro. Nos explicaremos pero, según nuestra costumbre, vamos a partir de lo qué decíamos sobre este asunto anteriormente. En Julio de este año publicamos un artículo titulado “Grecia – Como se salvará el Euro”. En él, veníamos a concluir que la UE (y la canciller alemana Angela Merkel en particular) estaban haciendo lo correcto, y que finalmente se salvaría el Euro.
Bueno, pues 5 meses más tarde, parece que todavía estamos viviendo borrascas en los mercados financieros cada par de semanas, dramáticas cumbres políticas sostenidas hasta altas horas de la madrugada, y tensos fines de semana a la espera de la apertura de los mercados al lunes siguiente. ¿Como puede ser esto? ¿Qué está sucediendo para que se perpetúe esta sensación continuada de catástrofe inminente? ¿Es que estamos haciendo algo mal?
Y lo más preocupante ¿no se habrá equivocado la mítica Gacetilla al pronosticar que el Euro finalmente se salvaría? (¡Pardiez, eso sí que no!). Se trata por supuesto de preguntas muy razonables, tanto que nos hemos propuesto dedicarles un artículo gacetillero específico.
Para poder responderlas es necesario evitar dejarse llevar por esa sensación de urgencia tan del gusto de la prensa (y no menos de la prensa económica), y parar un momento para asegurar que no perdemos la perspectiva de lo que está sucediendo. Hagamos pues para empezar un poco de historia.
Mirando el bosque
Cuando en Mayo de 1998 se decidió qué Estados entrarían en el Euro, se produjo un enorme efecto financiero. Como consecuencia de esa decisión, algunos Estados, que cuyo ahorro hasta entonces solo podía ser invertido en proyectos en el exterior previa aceptación de graves riesgos de fluctuación de divisa, vieron como esos riesgos desaparecían repentinamente y, casi de un día para otro, se les abría un nuevo horizonte de inversión paneuropeo.
El consecuente flujo de ese ahorro hacia los países receptores, típicamente los menos desarrollados, resultó en una bonanza predecible, en la cual unos ganaron los superiores retornos de inversión, mientras que otros consiguieron financiar multitud de proyectos que, de otra forma, habrían languidecido años, o décadas, a la espera de su oportunidad. Todo el mundo ganaba.
Sin embargo, de forma tan lamentable como predecible, la bonanza económica tuvo el efecto político de promover la aparición, en los países receptores de la inversión, de políticos oportunistas que, a la vista de las vacas gordas, decidieron anclar su propio futuro electoral sobre promesas y decisiones de gasto cada vez más populistas e insostenibles. La consecuencia de esa degeneración fue la explosión del endeudamiento de los países receptores, que aumentó sin medida, hasta que se hizo insoportable. Entonces llegó el momento de la verdad.
En Agosto de 2007, la onda de choque de la implosión del mercado subprime americano provocó que los prestamistas internacionales cerrasen abruptamente el grifo a los países endeudados, y eso detonó la actual crisis. En una primera fase, la preocupación más urgente de la comunidad financiera internacional fue la resolución de la propia crisis subprime, acrecentada fuertemente tras la caída de Lehman Brothers al año siguiente. La estructura misma de la finanza internacional norteamericana y europea había quedado resquebrajada y su reparación urgente tuvo toda la prioridad.
El problema es que la solución adoptada, consistente en un aumento brutal del gasto público, financiado a su vez por una enorme inyección de liquidez, tuvo el efecto colateral de permitir que los políticos que manejaban los países deudores se endeudasen todavía más, agravando de esa forma la ya precaria situación de sus países en la Eurozona.
Por lo tanto, en cuanto en 2009 se hubo asegurado la estabilidad del sistema financiero internacional, y se decidió comenzar a retirar el exceso de liquidez y a reducir el gasto, esos países se encontraron con dificultades mucho mayores que los demás, lo cual llevó a los más vulnerables de entre ellos (Grecia, Irlanda y Portugal) poco menos que a la quiebra. Entonces llegó la hora de la prueba del nueve del Euro porque, habíendo probado que era viable en tiempo de bonanza ¿serviría igualmente en tiempo de crisis?
A ver si aguanta el barco
Con los países deudores quebrados, la palabra pasó a los países acreedores. Estos se encontraron con que los deudores, liderados por políticos despilfarradores, habían aprovechado el mar de liquidez liberado para resolver la crisis del sistema financiero, para endeudarse mucho más de lo que cualquier observador razonable habría juzgado prudente. Y lo que era peor, esos mismos políticos seguían al frente de sus respectivos países, lo cual hacía inverosímil pensar que fuesen a hacer mucho más que parchear la situación, no digamos ya admitir públicamente sus propios errores y hacerse responsables de ellos.
Por mucho que los países acreedores fueran conocedores de las circunstancias que habían concurrido en el surgimiento y posterior agravamiento de la crisis, a la hora de la verdad parecía que solo se les planteaba una disyuntiva. O bien rescataban a los deudores, evitando así que los políticos causantes del desastre pasasen por la vergüenza de reconocer el daño causado (y tal vez sentando las bases para que volviesen a las andadas en cuanto pudieran), o bien los dejaban a su suerte, corriendo en tal caso el riesgo del despedazamiento de la Eurozona (ya explicamos el detalle de como funciona este mecanismo en el artículo “Grecia – Como se salvará el Euro” citado anteriormente).
Dado el par de soluciones propuestas, los países acreedores decidieron lo que todos habréis supuesto: ninguna de las dos. Y optaron por una tercera vía, que es la que llevan poniendo en práctica desde entonces. En ese contexto, la cumbre del pasado Viernes en Bruselas solo ha sido un peldaño más. Ahora os lo contamos.
Hablar bajo, pero llevando una estaca grande
Para empezar, no debéis olvidar que los países acreedores disponen, en última instancia, de un recurso que es la madre de todas las armas, el equivalente financiero del botón nuclear: controlan el Banco Central Europeo. El BCE, que tienen una máquina de imprimir billetes de Euro en el sótano, puede salvar a cualquier deudor que se proponga, por el simple expediente de imprimir billetes y prestarlos al amigo rescatado.
En teoría, el BCE es independiente. En el caso de los países deudores, desde luego que estos pueden amenazar al BCE con irse del Euro si no les trata bien, pero eso les costaría montar un corralito y una catástrofe económica gravísima (de nuevo, os remitimos a la explicación de esto que hicimos en nuestro artículo de Julio). Por lo tanto, es improbable que ninguno de ellos escoja esta salida si puede evitarla.
Sin embargo, la cosa es distinta en el caso de los países acreedores. Porque si alguno de ellos (particularmente Alemania, que es el mayor) decidiese abandonar el Euro, el efecto a corto plazo sería que éste se convertiría en receptor de una inundación de capitales internacionales. Desde luego que, a plazo más largo, la cosa tendría también su coste pero, de entrada, cualquier político de los países acreedores puede plantearse esa alternativa.
Y esto tiene mucha importancia, porque en caso de que los acreedores abandonasen el Euro, quien tendría serios problemas de fuga de capitales sería la propia moneda única. Esta circunstancia hace que el BCE trate con deferencia muy particular a los países acreedores y, de nuevo, sobre todo a Alemania. No nos vamos a engañar, esto es lógico. Al final quien paga manda, y más vale saberlo que hacerse el tonto y engañarse. Y tampoco está tan mal porque, como vais a ver, el control del BCE por los países acreedores está siendo clave en el salvamento del Euro, que a fin de cuentas es el interés común de todos los miembros.
Exigiendo responsabilidades
Bien, pues volvamos a lo nuestro. Aunque los países acreedores tuviesen interés en salvar al Euro, no tenían ninguno en hacerlo de tal forma que, al final, los culpables del desastre pudiesen irse de rositas. Esto es lo que en economía suele llamarse “riesgo moral”. Y es un riesgo cierto, porque si los culpables no fuesen severa y públicamente penalizados, tendrían la oportunidad de ser reelegidos y volver a liarla parda una vez más.
Las primeras decisiones, es decir, los salvamentos de los primeros países afectados, fueron pues retrasadas, y ligadas a sus correspondientes planes de recorte de gasto, lo suficiente como para asegurar el fin de las carreras de los políticos responsables. En Grecia, George Papandreou, que había ganado las elecciones de 2009 prometiendo que no sería necesario hacer recortes, fue la primera víctima. A las pocas semanas de ganar, ya fue forzado a dar un giro de 180 grados en su discurso e introducir los recortes más severos que el país recuerda.
En Irlanda, Brian Lenihan, el ministro de Hacienda que en Septiembre de 2008 había tenido la desgraciada idea de otorgar una garantía estatal a la banca del país en pleno, fue forzado a pasar el trago de presentar, y hacer aprobar, severísimos recortes en el presupuesto de 2010. Otro tanto sucedió en Portugal. Finalmente, en Mayo de 2010, también el gobierno de España, otro que había ganado las elecciones de 2008 negando que hubiera crisis alguna, ni que fuera necesario hacer recortes, se vio obligado a introducir un durísimo paquete de ajustes.
Como consecuencia del desgaste asociado a la obligación de poco menos que reconocer haber engañado al electorado, a lo largo de 2011 cada uno de los gobiernos citados terminó finalmente por caer. El de Grecia fue sustituído por un ejecutivo de tecnócratas, directamente encabezado por nada menos que un ex-miembro del Consejo del BCE (Lucas Papademos). Los de Irlanda, Portugal y España fueron relevados tras cosechar enormes derrotas electorales. Esto, por lo tanto, resuelve el problema del riesgo moral: todos aquellos políticos que habían prosperado sobre la base del engaño (manifiesto) de sostener que sus países podrían endeudarse sin límite, fueron pues expulsados ignominiosamente de sus respectivas poltronas.
Ya os imaginaréis que obligar a que cuatro gobiernos independientes canten la gallina y reconozcan sus culpas, para acabar al poco siendo expulsados del poder, no es empresa fácil. Sin embargo, era imprescindible hacerlo. Bueno, pues en esto es en lo que se ocuparon las primeras cumbres de la Eurozona y la UE, de ahí su proliferación en los últimos meses, todas tan dramáticas, pero todas necesarias. ¿Fue eso suficiente para arreglar la crisis? Pues claro que no, pero desde luego que era necesario empezar por ahí.
Ma non è possibile!
Lo cual nos lleva al siguiente caso, que es el de Italia. El último de entre los países deudores fue un problema algo distinto. Para empezar, la situación italiana es mucho mejor que la de los anteriores porque, aunque el Estado italiano está endeudado hasta las orejas, el ahorro privado del país es igualmente grande, si no más. Además, y al contrario que los anteriores 4, Italia no se había dejado llevar a esta situación por la creación del Euro, sino que ya la arrastraba desde hacía décadas, como consecuencia de la pugna política entre Democracia Cristiana y Comunistas en tiempos de la Guerra Fría. Por lo tanto, ni la gravedad de la situación, ni la culpabilidad de sus gobernantes actuales estaba tan clara como en los casos anteriores.
A pesar de ello, era evidente que el gobierno italiano debía acotar su endeudamiento y, si realmente tenía acceso a esa masa de ahorro nacional, debía entonces subir los impuestos como fuera necesario para asegurar que su deuda pública dejase de crecer. Sin embargo, llegado el mes de Agosto de 2011, el gobierno italiano, encabezado por el taimado Silvio Berlusconi, no había entregado a los acreedores el resultado exigido, argumentando la falta de acuerdo en su frágil coalición de gobierno. Berlusconi, de esta forma, echó en la práctica un órdago a los acreedores. Habría ahora que ver si estos serían ahora efectivamente capaces de apretar el botón nuclear y destruir el Euro.
Pues sí que era possibile
Tal y como sabemos ahora, el error de cálculo de Berlusconi fue manifiesto. Ante su órdago, los acreedores de la Eurozona reaccionaron a través de un mensaje, suscrito por Francia (que no es uno de los grandes acreedores, pero que sorpresivamente se apuntó a este carro), en el cual se daba carta de naturaleza al Euro de 2 velocidades: la segunda velocidad para una relegada Italia (y, en su improbable caso, quien se atreviese acompañarla), y la primera velocidad para todos los demás.
En otras palabras, sorpresa: los acreedores, de acuerdo con Francia, habían hallado la forma en la cual el Euro podría seguir adelante aunque Italia no le acompañase, expulsándola en la práctica. El resultado político fue contundente, y Silvio Berlusconi cayó antes de que terminase el mes de Agosto. Como en el caso de Grecia, fue sustituído por un gobierno de tecnócratas, encabezado por Mario Monti, un personaje con amplio curriculum europeo y de plena confianza de los acreedores. Ya en Diciembre, al poco de llegar al poder, Mario Monti lanzó el paquete de recortes (30.000 MEUR) que Berlusconi no había sido capaz de poner en marcha.
Como veis, todo este proceso ha acabado con el “riesgo moral”. Todos los gobiernos deudores que tenían que introducir recortes, incluso Italia, habían sido forzados a introducirlos, y los demoradores y populistas habían sido colocados en su lugar. El mensaje implícito pues, de que quien ponga el Euro en peligro pagará un alto precio por ello, está sobradamante entregado. Pero ¿es eso suficiente para salvar al Euro? Pues evidientemente no, porque el futuro del Euro sigue en cuestión. Entonces ¿qué más hace falta?
Mejor paga tú
Bien, pues la primera cuestión estribaba en dilucidar quienes tendrían que hacerse cargo del coste del rescate a los deudores. Es evidente que los países acreedores dentro de la Eurozona harían su esfuerzo correspondiente, por la vía de habilitar y fondear los instrumentos de rescate necesarios.
Eso les daría, por un lado, dos ventajas. La primera sería, por supuesto, garantizar la supervivencia del propio Euro, moneda que proporciona a sus empresas un mercado enorme, desprovisto de los quebraderos de cabeza asociados al riesgo de cambio. Pero además hay una segunda ventaja, que es la de asegurar la supervivencia de los bancos y demás inversores cuyos fondos hubiesen estado comprometidos en el rescate. Esta segunda ventaja tiene implicaciones muy importantes.
El salvamento tendría desde luego la ventaja de ayudar a los bancos y empresas acreedoras pertenecientes a los países rescatantes, pero beneficiaría igualmente a todos los demás acreedores, puesto que gracias al rescate terminarían cobrando todos ellos. Esa circunstancia permitía que otros acreedores se beneficiasen igualmente del rescate, sin que sus propios países tuviesen que hacer el esfuerzo asociado a su participación en el esfuerzo mismo del rescate.
En otras palabras, esos países acreedores se irían de rositas. Y el principal país beneficiario de esta circunstancia es el Reino Unido, cuyos bancos han prestado fuertes sumas a muchos de los países rescatados. Por lo tanto, una vez puestos los gobiernos díscolos en su lugar, llegaba el turno de atacar el problema británico.
Como sucedió con el BCE en el caso de los primeros países rescatados, y con el Euro de 2 velocidades para Italia, los países de la Eurozona contaron con un arma poderosa para atacar el problema británico. En este caso, se trataba de la regulación bancaria. Gran Bretaña es un país enormemente dependiente de su hipertrofiado sector financiero. Gracias a la pertenencia de Gran Bretaña a la UE, las firmas financieras británicas tienen acceso expedito al mercado continental, que es un inmenso caladero de negocio, y responsable por tanto en buena parte de que Londres sea la principal plaza financiera del mundo.
Así las cosas, era evidente que los rescatadores estaban en posición de amenazar a Gran Bretaña con ir tomando medidas que fueran paulatinamente excluyendo a Londres del negocio financiero del área del Euro. Y, como primera salva de aviso, el BCE tomó la iniciativa de exigir que las entidades que realizasen negocio de derivados denominados en EUR tuviesen sede en un país de la Eurozona.
El corte inglés
De esa forma, Gran Bretaña llegó a la reunión de la semana pasada con sus opciones claras. Por un lado, podría optar por contribuir al rescate, a cambio de mantener el libre acceso de la City al mercado de la Eurozona. O bien, podría optar por mantenerse al margen, aunque sufriendo las consecuencias que de ello se derivarían.
Hoy ya sabemos que la Gran Bretaña de David Cameron, como antes Italia de Silvio Berlusconi, optó por lanzar un órdago: podría participar hoy en un rescate, o al menos permitirlo, pero a cambio de obtener un permiso permanente para aplicar a sus bancos sus propias reglas sin que, a pesar de ello, estos perdiesen acceso a la Eurozona. En otras palabras, ayuda hoy a cambio de una bula permanente e indefinida.
También sabemos hoy qué contestación recibió Cameron: un seco “No” de la Eurozona. Es más, para probable sorpresa del inglés, la Eurozona terminó acompañada incluso por países con los que Cameron esperaba contar como alíados, caso de los escandinavos (Dinamarca y Suecia) y los centroeuropeos (Chequia y Hungría). Jopé qué corte. El caso húngaro fue el más sonado, puesto que ese país empezó alineándose efectivamente con Gran Bretaña, para “matizar” su postura y cambiar de bando poco después en el curso del mismo Viernes.
O sea, que al final Cameron también tuvo, de una forma u otra, que hacerse cargo de su correspondiente coste, en este caso el coste de haber pretendido hacer lo mínimo (porque algo sí que habían hecho, puesto que pusieron unos durillos para rescatar a Irlanda en su día).
Aquí no se libra nadie
Por otra parte, hay que añadir que la política no es lo único que ha venido funcionando adecuadamente. Como ya os explicamos en nuestro requetecitado artículo de Julio, el rescate debe decidir qué hacer con los países endeudados, pero también qué hacer con los bancos en peligro, tanto los de esos países como los de aquellos que les dieron préstamos.
Aquí también hay un peligro de incurrir en “riesgo moral”, porque si es cierto que hubo políticos que endeudaron a sus países hasta las trancas, no lo es menos que su maniobra fue posible porque también hubo prestamistas suficientemente inconscientes como para conceder los correspondientes préstamos. Por lo tanto, evitar el riesgo moral no debe limitarse únicamente a penalizar a los políticos responsables, sino también a los prestamistas irresponsables.
Ese asunto se aclaró estupendamente cuando, el pasado verano, se resolvió el caso de Grecia. Porque Grecia era, con mucho, el país que más se había endeudado. Tanto es así, que la inmensa mayoría de los observadores coincidía en señalar que, por mucha austeridad que soportase, sería imposible que Grecia consiguiera devolver nunca lo recibido. Siendo esta la situación, estaba claro que se hacía necesaria una “reestructuración” (léase perdón parcial) de la deuda griega.
Como sabéis, tras mucho tira y afloja, los países rescatadores forzaron que los acreedores de Grecia concedieran una quita (es decir, una reducción de la deuda) del 50% al país heleno. La quita se denomina “voluntaria” para evitar, en la medida de lo posible, que los seguros de impago (llamados CDSs) emitidos sobre Grecia tengan que hacerse efectivos. Sin embargo, esta voluntariedad es del tipo “que sepas que eres voluntario”, es decir, poco más que nominal, de modo que los acreedores perderán dinero y punto.
Aun así, se mantiene la ficción de voluntariedad para que no tengamos que averiguar nunca quien fue el listo que aceptó asegurar todos esos CDSs (lo cual no es evidente, pues se trata de un mercado muy opaco). Evitamos así el riesgo de que ese asegurador quiebre, creando una situación parecida a la de otros seguros financieros, llamados CDOs, que obligó en 2008 a rescatar al asegurador americano AIG con 180.000 MUSD. Naturalmente, el mercado de CDS queda así tocado y casi hundido (¿quien quiere un seguro de impago que, a la hora de la verdad, no se llega a cobrar?), pero ese no es problema de la Eurozona.
Toma estacazo, pero tú tranquilo
Lo que sí queda claro es que quien prestó alegremente a Grecia se va a llevar un buen revolcón, lo cual tiene saludables efectos como aviso a navegantes para evitar que se produzcan situaciones análogas en el futuro. Esto, en realiadad, tiene un matiz. El Presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, se volvió loco la semana pasada intentando explicar que la quita de Grecia no se repetiría en el futuro. Sin embargo, lo cierto es que, de momento, los acreedores se han llevado la pérdida en Grecia. Y tampoco tuvo Sarkozy a bien explicar de qué forma concreta se evitaría que en el futuro se reprodujese idéntica situación con ese mismo u otro deudor diferente. Los alemanes no dijeron ni mu. Pues a buen entendedor...
Más allá del riesgo moral (pérdida al canto) y qué pasaba con el mercado de CDS (a la porra con él), el tercer aspecto que había que cubrir en relación con los acreedores privados es como tratar a aquellos que pudieran llegar incluso a sucumbir ante las pérdidas incurridas, particularmente los bancos.
De aquellos polvos
Cuando se constituyó la Eurozona, se dejó la regulación bancaria como competencia cada país miembro. Sin embargo, en una zona monetaria común, los bancos saltaron rápidamente las fronteras, sobre todo a nivel de banca mayorista, y al poco ya tomaban y otorgaban préstamos en toda la Eurozona como si fueran sus propios países. De esa forma, al llegar la crisis, estaban ya tan endeudados unos con otros que la caída de uno de ellos podía producir un efecto dominó transnacional.
La cosa era todavía peor, porque algunos países emdeudados (emtre ellos Grecia, Italia y, en mebor medida, España) habían reaccionado ante las dificultades que sus gobiernos experimentaron para colocar deuda, por la vía de “sugerir” a sus propios banos que se la quedaran (ya sabéis, el conocido método “que sepas que eres voluntario”). De modo que, en cierto modo, los problemas de los gobiernos empezaron a transformarse en problemas de sus bancos también,
Tal vez por ese motivo, cuando Francia sugirió que la Línea Europea de Estabilidad Financiera, que fue creada para rescatar países, se utilizase también para rescatar bancos, Merkel se negó. Eso evitó que se utilizase dinero europeo para acabar rescatando gobiernos por la puerta de atrás, permitiédoles así librarse de las onerosas condiciones asociadas a un rescate explícito.
Que no vuelva a suceder
Por el contrario, la clave de bóveda de la solución al riesgo de quiebras bancarias, ha sido el traslado de la regulación bancaria a un organismo de nueva creación, la Autoridad Bancaria Europea. Sin embargo, está claro que el mero cambio de organismo regulador no va a resolver de la noche al día los problemas en los cuales ya han incurrido los bancos hoy. Como ya os explicamos en Julio, la solución prevista consiste en apoyarse en el Banco Central Europeo.
Curiosamente, aunque el BCE recela mucho de prestar a los gobiernos, está dando a los bancos prácticamente en régimen de barra libre. Aunque esto puede acabar saliendo carísimo, en la medida en que alguno de los bancos beneficiarios de tanta munificencia pueda terminar quebrando e impagando al BCE, lo cierto es que esta medida aisla el problema bancario del problema político del rescate a los gobiernos endeudados. Por lo tanto, un problema menos hoy y, a pesar de los riesgos, puede que uno que tampoco tendremos a largo plazo, gracias a la presencia de la ABE como autoridad independiente.
Salvando al Euro
Ahora que ya hemos visto lo sucedido hasta ahora dentro de su contexto histórico, volvamos a la cuestión que nos ocupaba al principio de este artículo. ¿Como va la cosa? ¿Se salvará finalmente el Euro? Si habéis seguido leyendo hasta aquí (enhorabuena por ello), a estas alturas ya os podéis imaginar la respuesta: Sí que se salvará el Euro. Como de costumbre, podréis no estar de acuerdo con nosotros, pero no podréis decir que no nos mojamos.
Una vez puestos en su sitio los responsables políticos y bancarios del desaguisado, y aclarado el infausto destino de quienes hayan pretendido escaquearse sin contribuir en lo que les habría tocado, el proceso de rescate del Euro parece ya cada vez más previsible.
¿Ah, sí? ¿Y qué va a suceder pues a continuación? Lo primero es que se adoptará el acuerdo a 26 (100% British-free). Esto tampoco será fácil. Como en ocasiones anteriores, puede que haya quien lance un nuevo órdago contra todo el proceso, para avanzar sus propios intereses particulares. Una vez liquidados los políticos culpables, los prestamistas imprudentes y los británicos aprovechados, queda el problema de la politiquilla de segunda división en cada uno de los países que deben aprobar el nuevo tratado.
Ayer mismo se descolgó el candidato presidencial de la oposición francesa, Francçois Hollande, diciendo que lo pactado la semana pasada debe ser mejorado, a mayor gloria de la igualdad, la solidaridad, el ecologismo, la poesía, la belleza y todas las cosas bonitas del mundo,. Añadió, como podréis imaginar, que él asumirá en primera persona tan noble misión. De modo que ya veis que todavía habrá que quitarse de enmedio a algún listo, pero lo cierto es que, una vez resueltos los problemas anteriores, los que quedan ahora parece de orden relativamente menor.
Mensaje recibido
Tanto es así, que la prensa británica, lejos de alegrarse por la posición heróica de Cameron, que supuestamente iba a recibir en casa el apoyo que no ha cosechado en Europa, no hace más que preguntarse si de verdad acertó su Primer Ministro. Porque nadie mejor que la propia City londinense puede saber qué peligro real tiene la exclusión de Gran Bretaña del proceso de elaboración de la nueva reglamentación financiera europea. Y esas dudas británicas constituyen, en si mismas, otro aviso a navegantes, llámense Hollande o como se llamen, sobre los peligros que puede tener hacerse el guay poniéndose delante del tren de la reforma de la Eurozona, por mor de protagonizar una fina pose política.
Las siguientes fases del calendario ya son públicas, ya que Alemania insiste en que debe haber un acuerdo sobre el tratado a 26 para Marzo de 2012, lo cual permitirá que se ponga en funcionamiento el nuevo Mecanismo Europeo De Estabilidad, que vendrá a sustituir a la LEFE, ese mismo año (en lugar de esperar a 2013, como estaba previsto inicialmente). Para conseguir cumplir el calendario, ya se ha anunciado que, de aquí a que termine la crisis, habrá una cumbre europea cada mes. Así que ojo al balón todo el mundo, que el partido sigue.
Como veis, parece que, a pesar de que está siendo necesario ir aislando los problemas, y atacándolos uno a uno, la sucesión de solemnes cumbres y grandes acuerdos está haciendo avanzar efectiva y perceptiblemente el proceso. El mejor indicador, tal vez, sea que 2011 va a cerrar siendo uno de los años más negros que el sector de los hedge funds (fondos especulativos) recuerdan. Esto parece buena señal, porque se diría que estos fondos, que en los ’90 fueron responsables de hazañas como la expulsión de la Libra Esterlina del Sistema Cambiario Europeo, y que habían tomado fuertes posiciones en los mercados europeos durante esta crisis, en esta ocasión se han pillado los dedos dolorosamente. Pues otro aviso a navegantes más, también entregado.
Nessun dorma
¿Y está entonces ya vendido todo el pescado? ¿Es ya imposible que descarrile el proceso? Pues tampoco. Como consecuencia de la necesaria austeridad impuesta a los países endeudados, 2012 será un año económicamente muy duro a nivel de toda la Eurozona, lo cual generará inevitablemente tensiones políticas. Además, la austeridad europea será mal recibida en EE.UU., que en 2012 celebra elecciones presidenciales y que no podrá contar con la demanda europea para apoyar una deseada mejora preelectoral de su propia economía. Estos factores, y otros, harán que todavía vivamos algunas emociones durante los próximos meses.
¿Debían pues los alemanes, y otros países acreedores, atajar todo el proceso permitiendo que el BCE rescatase a los endeudados? ¿Debían ellos permitir la emisión de eurobonos antes de tiempo? Pues no parece que hubiera sido buena idea. Si conseguir que los contribuyentes de los países acreedores acepten que el dinero de sus gobiernos se destine a rescatar manirrotos países deudores ya es bastante difícil, imaginad lo que habría sido si los países rescatados no hubiesen hecho una limpia con los políticos responsables y no se hubiesen sometido a una dolorosa cura de adelgazamiento, o si los bancos involucrados hubiesen escapado indemnes.
Por lo tanto, tranquilos muchachos, que vamos bien. De momento, ya van estando en su sitio los políticos despilfarradores, los bancos inconscientes, los británicos egoístas, el mercado de CDSs e incluso los temidos fondos especulativos. Llegar hasta aquí ha sido difícil, y seguir adelante tampoco va a ser sencillo. Pero nadie dijo que lo fuera, solo que estamos en el camino correcto.
O sea que ánimo, y a ello, chavales.