viernes, 2 de noviembre de 2012

Elecciones catalanas - Insultos con solera

El mítico humorista Miguel Gila, precursor del género de los monólogos cómicos, contaba en una de sus relatos más célebres como afrontaba un ejército ficticio su apremiante falta de medios:  no disponiendo de tanques ni munición, utilizaban un 600, desde cuya ventanilla insultaban al enemigo.  “Matar, no mata”, admitía Gila, “pero desmoraliza mucho”.

Aunque parezca un contrasentido, Gila nos descubre que insultar puede resultar provechoso.  Lamentablemente, nosotros tenemos que estar de acuerdo.  Pero siendo esta una publicación especializada en política y economía, vamos ocuparnos del insulto desde el punto de vista de negocio porque, aunque parezca lo contrario, un insultador profesional puede obtener grandes réditos.  Fijaos sino en el caso del banquero y político (por orden cronológico) catalán Jordi Pujol.

Insultos con interés compuesto

Los insultos de Jordi Pujol están hoy de moda, porque han sido protagonistas de un video electoral preparado por Ciudadans, una formación política rival a la de Pujol, que se presenta a las próximas elecciones autonómicas catalanas.  Dichos insultos consisten en un conjunto de impertinencias, dichas en relación a los hombres de Andalucía, que no reproducimos aquí porque no nos da la gana.

Sucede que el bueno de Jordi publicó la citada colección de improperios clandestinamente en 1958 (tenía 28 años entonces), contribuyendo con ella al enardecimiento del patriótico fervor de un grupito de empresarios catalanes.  El propio padre del Jordi, Florenci Pujol, se ofreció prestamente a liderar a esos empresarios y al poco tiempo, en 1959, juntaron pasta entre todos y compraron la Banca Dorca en la localidad de Olot.  Al frente del banco colocaron al gran Florenci (mira tú qué bien), porque se ve que no hay como despertar el fervor patriótico para que te pongan un banco.

Sin embargo, estaba claro que queadarse en Olot no era suficiente para iluminados prohombres como los Pujol, sin que ello sea óbice para que nosotros observemos que tener un banco propio mola más que tener que currar para los demás.  Sin perjuicio de ello, el Florenci y el Jordi querían ampliar el negocio.

Canciones con interés compuesto

De modo que, en 1960, Jordi Pujol se metió en otro numerito, esta vez cantando “Els Segadors” en el Palau de la Música.  En esta ocasión, le metieron en la trena (no parece que hubiera peligro de que le fusilasen por cantar, siempre que no desentonase insoportablemente), lo cual no tuvo otro efecto práctico que el de terminar de encumbrar al joven Jordi en el santoral nacional-catalanista.  Era todo un héroe canor.

Ante el éxito musical, y conscientes de su unitat de destinaciò en lo universal, en 1961 los Pujol trasladaron la sede de Banca Dorca a Barcelona (futura capital imperial, y esto y aquello), y cambiaron su nombre por el mucho más solemne y augusto de Banca Catalana.  Con este nuevo nombre, el banco quedó pues listo para pasar a los anales de los mayores agujeros bancarios de la historia de España (decimos España, porque cuando se hundió Banca Catalana fue el Banco de España quien finalmente tuvo que rescatarla).

Tenemos que reconocer que Jordi Pujol tiene el don (o la suerte, que también sirve) de elegir bien los tiempos, porque el traslado a Barcelona y la ampliación del negoci coincidieron con el desarrollismo franquista de los años 60.  En ese tiempo, el país (España) salía de décadas de miseria e iba como una moto.  El polo de desarrollo catalán se industrializaba rápidamente, vendiendo al mercado nacional (español).  Lo bueno es que este último se encontraba cautivo, gracias a que unos elevadísimos aranceles impedían al resto de los españoles comprar productos fabricados en otros países (queremos decir, fuera de España, que hay que explicarlo todo).  En esta situación, y como podreís suponer, Banca Catalana iba como un tiro.  Jordi Pujol, que participaba como directivo, prácticamente se encontraba al frente de una máquina de ganar dinero.  Coser y cantar.

Que se me acaba el chollo

Sin embargo, todo se acaba, y entonces llegó la crisis del petróleo de 1973.  Ay, amigo.  A partir de ese momento empezaron a revelarse las vergüenzas del Banca Catalana (¿Como?  ¿Un banco enano, que crece a sorprendente velocidad, pero que empieza a oler a podrido en cuanto se desata una crisis financiera?  ¡Qué cosa tan rara!).

Y ya sabéis cual es el remedio para un banco atribulado:  una decidida huida hacia adelante (¿Como?  ¿Igual que Banesto durante la crisis de 1992, o Caja Castilla – La Mancha en 2007?  ¡Pero qué coincidencia!).

Dada la ausencia en aquella época de derivados financieros, contabilidad en SAP o incluso calculadoras electrónicas (que se nos olvida como vivíamos entonces), Banca Catalana decidió resolver sus problemas con el recurso al uso entonces para estas situaciones:  montando un enjuague, a base de unas sociedades filiales artísticamente manejadas.  A pesar de que, según estimó más tarde el fiscal del caso, para entonces la “caja B” tenía ya un saldo negativo de 174 millones de pesetas, parece que la pequeña licencia artística de las filiales permitió al banco no solo ya evitar el colapso, sino incluso seguir captando dinero de los depositantes, y pagando su buen dividendo como si tal cosa.  ¡Qué bien!

Fichajes con interés compuesto

En paralelo, sin embargo, los directivos de Banca Catalana consideraron prudente ir aumentando su perfil público por la vía, entre otras, de financiar el fichaje de Johann Cruyff por el FC Barcelona (ya vais entendiendo que el Barça es “mes que un club” en más de un sentido).  No se os escapa que esto tenía más repercusión mediática que unos insultos antiandaluces publicados clandestinamente, y (Franco vivía todavía) mucho mejor pronóstico carcelario que cantar “Els Segadors” en el Palau de la Música.  Además, lo que se dice enardecer, financiar el fichaje de Cruyff enardecía mogollón.

A todo esto, el Banco de España no se enteraba ni del No-Do.  No solo eso, sino que en 1975 incluso ofreció a Banca Catalana quedarse con el Banco de Gerona, que también estaba completamente mustio, y que no había tenido mucho arte disimulando.  Crecer de tamaño era justo lo que le faltaba a Banca Catalana para liar más la madeja en su carrera hacia adelante.  De modo que, ni corto ni perezoso, y a pesar de que la “caja B” seguía en números rojos, al año siguiente el banco volvió a captar ahorros de sus clientes, y a pagar dividendo.  ¡Qué bien!

Ya no soy banquero

Sin embargo, el bueno de Jordi vio claro entonces que convenía aprovechar el momento y salir pitando cuanto antes (y allá se las componga el banco).  Sucede que, mientras Banca Catalana iba trampeando, Franco había palmado de forma bastante oportuna.  Así pues, nuestro Jordi decidió entonces que la salida buena desde el banco era cambiar de negoci y meterse en el recién inaugurado sector de la política partidista.

Se imponía, a esos efectos, un conveniente reverdecimiento del fervor patriótico catalán, y hete aquí que Pujol (que entonces tenía ya 46 años, no os creáis) rescató del olvido sus insultos de juventud contra los andaluces y decidió reeditar su maravilla literaria (esta vez legalmente) y venderla a 25 pesetas la unidad (como podéis ver aquí).  Las circunstancias acompañaban divinamente, porque en 1978 se aprobó la Constitución y, para cuando se celebraron las elecciones de 1979, el partido de Pujol (CiU) consiguió colocarse como segundo de Catalunya.  ¡Qué bien!

¿De donde salió la pasta para financiar tal empresa?  A pesar que el ministerio público sostuvo años más tarde que el Jordi todavía seguía metiendo mano en Banca Catalana después de teóricamente haberse ido, el interesado asegura que todo fue legal, y de hecho no está en la cárcel.

Sin embargo, lo que también es cierto es que muy bien no le fue a Banca Catalana.  En 1979 se produjo la segunda crisis del petróleo, y eso fue la puntilla para el banco, que empezó a caer en barrena.

Afortunadamente para Jordi, el rollo político también se aceleró simultáneamente.  En 1980 se aprobó el Estatut, ese mismo año se celebraron las primeras elecciones autonóomicas catalanas y...  ¡bingo!  CiU salió de ellas ya como el partido más votado.  Así, a sus 50 añitos, nuestro amigo Jordi se vio promocionado profesionalmente hasta la mismísima presidencia de la Generalitat.  De fábula, oiga.

Y ya  véis, todo desde 1976 hasta 1980.  ¡No hay como aprovechar las ocasiones!

A la porra el banco

Por su lado, Banca Catalana también había seguido huyendo hacia adelante, aunque en este caso en dirección al hoyo.  Siguió creciendo todo lo que pudo y, para cuando llegó 1982, ya se había convertido en el décimo banco de España por tamaño.  Pero claro, sustancia real no tenía, y al final no pudo más y reventó.

A pesar de ello, y aunque entonces Jordi se nos quedó sin banco, parece que pillar nada menos que el gobierno imperial catalán también valía lo suyo, y él lo había hecho justo a tiempo.  De una forma u otra, y tras un famoso período de pasteleo con el PSOE, en 1984 el asunto fue examinado, convenientemente archivado, y a otra cosa, mariposa.

Para que podáis apreciar qué tratamiento tuvo el fregado, os recordamos que el fiscal que fue puesto a cargo de la investigación era nada menos que Carlos Jiménez Villarejo, un tipo proveniente del PSUC y más tarde miembro de la Unión Progresista de Fiscales, la asociación de la órbita del PSOE.

Jiménez era un fiscal tan alineado con el partido, que en tiempos más recientes no tuvo pudor incluso en insultar personalmente al mismísimo Tribunal Supremo (tildándolo nada menos que de “casta de burócratas al servicio de la venganza”, que es que hay que lavarle la boca con jabón), con intención de defender al ex-diputado socialista y ex-juez Baltasar Garzón.

La causa de ese deslenguado exabrupto de Jiiménez fue la decisión, tomada de por el Tribunal de forma unánime, de expulsar a Garzón de la carrera judicial por prevaricación, como consecuencia su práctica de grabar las conversaciones de ciertos presos con sus abogados (propia del Gran Hermano de H.G. Wiells, por cierto).

Pues este Jiménez fue el fiscal a cargo de la investigación de Banca Catalana, o sea que ya os podéis imaginar como fue la investigación.

Insultos zombies

Una vez convenientemente enterrado el caso Banca Catalana, parece que los insultos re-editados en 1976 no quieren morirse nunca, y que se han convertido en una rémora cansina para Pujol.  Vienen a ser lo mismo que mearse en la cama:  al principio te deja tan calentito pero, inevitablemente, después termina apestando.

Ya en 1996, cuando el Partido Popular ganó las elecciones por mayoría simple y Jordi vio la oportunidad para trincar poder a nivel de toda España (por la vía de avenirse a un pacto de gobierno con el PP), se vió que sus viejos insultos ya no eran una gran ventaja, tanto que en 1997 Jordi Pujol tuvo que pedir disculpas por ellos en Sevilla.

Ahora, al cabo de otros 16 años, vuelven a salir de la tumba.  Pujol debe estar hasta las narices de ellos, y esperando que no le toque re-disculparse.  ¡Qué incordio!

De modo que  ¿quien dijo que los insultos no valen para nada?  Al menos Gila estaría orgulloso.

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