martes, 21 de octubre de 2008

Crisis - Momento histórico.

Ya lo tenemos aquí.

Hoy está en prensa el desplante de Sarkozy a Zapa por no haberle invitado a la cumbre que va a tratar la reforma del sistema financiero internacional.

¿Por qué no nos invitan? ¿Le cae mal Zapa? ¿Acaba para Sarkozy Europa en los Pirineos?

Pues nada de eso.

El sistema financiero internacional fue creado en Bretton Woods en 1944, es decir, al final de la Segunda Guerra Mundial. Entonces ya parecía inexorable la victoria aliada, y los gobiernos de EE.UU. y Gran Bretaña pensaban en qué tendrían que hacer en cuanto acabara la guerra.

La respuesta era "reconstruir Europa", lo cual necesitaría dinero americano, puesto que EE.UU. era el único país capaz de movilizar los enormes recursos financieros necesarios. Se decidió entonces montar un sistema que permitiera a EE.UU. prestar a los países europeos beneficiarios, con garantías de que su dinero se usaría para los fines deseados, pero de forma suficientemente elegante como para que los Gobiernos europeos no parecieran directamente vigilados por el Gran Hermano yanqui.

Por lo tanto se montaron dos instituciones paralelas: el Banco Mundial, que daba préstamos (casualmente estaría comandado por un americano) y el FMI, que vigilaría los tipos de cambio (comandado por un europeo).

El sistema funcionó hasta 1971 cuando, una vez terminada exitosamente la reconstrucción europea, y desaparecidos por tanto los continuos superávits externos americanos, se hizo evidente que el dólar USA estaba sobrevalorado a los cambios que por motivos políticos (anglófilos) insistía en defender el FMI, teóricamente todavía basados en el patrón oro.

A partir de entonces, el FMI se reinventó a si mismo, convirtiéndose en gestor de los superávits de los nuevos capitalistas, los países árabes, que desde 1973 empezaron a rezumar petrodólares. Los préstamos concedidos a las economías necesitadas (sobre todo países emergentes) con dinero árabe, a través del FMI, se benefician de un tratamiento muy especial: siempre son los primeros que se pagan. A base de prestigio, presión política y negociación, nadie ha dejado nunca de pagar un préstamo del FMI.

Así llegamos a 1997. Entonces se produjo una crisis de pago de varios países asiáticos, particularmente Tailandia y Corea del Sur. La novedad en esta ocasión fue que, al contrario que otras crisis anteriores (Iberoamérica en los '80 y México 1994), los impagos se producían por parte de países que eran claramente exportadores, se estaban industrializando rápidamente y tenían todos los visos de estar únicamente necesitados de liquidez (al contrario que los iberoamericanos).

Sin embargo, y al contrario de lo que estos países esperaban dadas las circunstancias, el FMI no acudió en su ayuda y se limitó a ver el desastre desde la barrera.

Eventualmente, todos los países afectados se recuperaron rápidamente (como era previsible), pero la decepción por el desplante perduró. Especialmente porque los afectados interpretaron (no sin razón) que la displicente actitud del FMI se había debido en gran medida a que, al contrario de Iberoamérica y México, en el caso de Asia no había mucho dinero de bancos americanos en juego y, por lo tanto, habían sido víctimas del sesgo político contrario del FMI.

A partir de entonces, los países asiáticos, y especialmente China, decidieron que no podían fiarse del FMI y, por lo tanto, irían por libre. Aunque ir por libre es muy caro, porque obliga a cada país a dotarse de unas reservas de divisa exterior enormes. Vamos, que hacen falta un par.

Pues dicho y hecho. Desde 1997 hasta 2008, las reservas de toda Asia crecieron como la espuma. En particular, las de China pasaron desde menos de 100.000 MUSD hasta más de 1.800.000 MUSD.

Al principio, occidente y EE.UU. en particular miraba la machada de los asiáticos con una cierta sorna. Al fin y al cabo, su gesta permitía a los países emisores de divisa (de nuevo especialmente EE.UU.) mantener déficits exteriores enormes, y financiarlos de forma espectacularmente barata. Gracias a que la acumulación de reservas asiáticas tenía que invertirse en algún lado, el bono americano a 10 años parecía inmune al entorno macro, y su rentabilidad se mantenía clavada alrededor del 4%.

Así hasta hoy, como quien dice.

En Agosto de 2007, la situación reventó. EE.UU., que ya venía endeudándose desde los primeros '80 y que, aprovechando la machada asiática, llevaba ya casi 30 años viviendo muy por encima de sus posibilidades, se metió en una crisis salvaje cuando resultó evidente que no sería capaz de devolver toda la deuda que había estado acumulando durante ese tiempo.

La llamada "crisis de las subprime" no era más que la punta del iceberg. Estaba claro que en EE.UU. no solo no podrían pagar sus deudas los morosos menos solventes, sino que la crisis económica que se preparaba haría que incluso los más fuertes fueran a tener enormes dificultades para devolver lo que habían tomado prestado.

Por lo tanto, se produjo una espiral viciosa en función de la cual cada día aparecían nuevos activos financieros de dudosa cobrabilidad, que daban al traste con el perfil crediticio de nuevas instituciones de crédito, cuya previsible insolvencia generaba a su vez nuevas deudas incobrables para las demás.

Internacionalmente, el pinchazo de EE.UU. tuvo dos consecuencias. Por un lado, parte de los créditos que se volvían incobrables pertenecían a países extranjeros, y en particular europeos.

En segundo lugar, la consiguiente estampida de salida de los inversores desde EE.UU. hizo que el el valor del USD de precipitase en barrena, alcanzando la cota de 1,60 contra el EUR. Esto, a su vez, puso en tela de juicio el futuro industrial de Europa, cuyas exportaciones ya no eran competitivas a esos niveles.

Los Gobiernos europeos, viendo la que se les venía encima, se dieron cuenta que no tendrían más remedio que acudir al rescate de EE.UU. o dejarlo caer y sufrir indirectamente todo el impacto de las dos consecuencias anteriores. De una forma u otra, ya nada volvería a ser lo mismo. El 25 de Septiembre de 2008, Peer Steinbruck, Ministro de Hacienda alemán, dijo que EE.UU. perdería su puesto de superpotencia económica como consecuencia del fregado.

A la vista de sus opciones, los Gobiernos de la Eurozona se mostraron dispuestos a intervenir, pero exigieron al Gobierno de EE.UU., básicamente, que interviniese de modo que él fuera el primero en cargar con el coste del desastre de su propio país.

Ante la evidencia de la debacle inminente, y atendiendo a la exigencia europea, el Gobierno de EE.UU. aceptó y decidió lanzar un plan de “rescate financiero” sin precedentes, por un importe de 700.000 MEUR.

Cuando el 29 de Septiembre de 2008 el “rescate financiero” fue derrotado en una primera votación en el Congreso americano, los europeos, que hasta entonces habían ejercido su presión de forma diplomáticamente silenciosa, elevaron el tono. El 30 de Septiembre de 2008, Johannes Laitienberger, Portavoz de la Comisión Europea, dijo (en una declaración oficial) que EE.UU. tendría que hacer frente a su responsabilidad en la crisis. El plan fue presentado de nuevo, con modificaciones menores, y esta vez fue aprobado.

Una vez los americanos hubieron cumplido, los gobiernos de la Eurozona tomaron 3 decisiones.

En primer lugar, el 12 de Octubre de 2008 (curiosamente el aniversario del descubrimiento de América) acordaron poner cerca del 15% del PIB de cada país a disposición de sus respectivos bancos, para evitar todo riesgo de contagio desde EE.UU..

En segundo lugar, acordaron autorizar al Banco Central Europeo para que hiciese préstamos de emergencia a EE.UU., por la puerta falsa. Siguiendo esas instrucciones, y sólo el 17 de Octubre de 2008, el BCE prestó el equivalente de 256.000 MUSD a la Reserva Federal, disimulando piadosamente el préstamo en forma de apertura de líneas en USD a bancos europeos. Esta medida consiguió apaciguar el mercado de divisas y eventualmente devolver el cambio USD/EUR a 1,33.

Y finalmente, decidió convocar una reunión internacional urgente entre Europa y China para ver como van a manejar a su moroso (EE.UU.). Dicha reunión ha sido convocada con propósito, igualmente eufemístico, de “reformar el sistema financiero internacional”.

También para evitar que sea evidente, se ha vestido como una reunión entre el G7 (que incluye a EE.UU. y la Eurozona) y el G5, un grupo de protagonismo hasta entonces muy limitado, de países emergentes que, aparte de baluartes financieros internacionales tan importantes como Suráfrica y México (ya ves tú), tiene la ventaja de incluir a China.

Esa es la reunión a la que Sarkozy no ha invitado a Zapa. Como veis, no se trata de un desplante intencionado. Es que no se va a tratar nada sobre flamenco, y por lo tanto no hace falta que vaya el jefe de la becaria Aido.

¿Y como se va a reformar el sistema financiero internacional? Pues hoy publica el Financial Times un interesante artículo.

Básicamente, el articulista defiende una propuesta en función de la cual China pondría sus reservas (o parte, que ya es mucho) en el FMI, a cambio de un nuevo reparto de votos en el seno de dicha institución que le daría mucha más representación, en detrimento de los principales accionistas actuales (léase EE.UU.). En otras palabras, se consagraría el éxito de la machada china, y se institucionalizaría por la vía de darle más peso en el FMI.

Sin embargo, esta oferta no incluye dar a China capacidad de veto en el FMI, de modo que ya veremos si acepta.

En cualquier caso, la reunión propuesta se celebrará en Nueva York en Noviembre, y hasta entonces veremos muchas maniobras para decidir la importantísima letra pequeña del gran acuerdo. Seguiremos informando.

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