viernes, 23 de marzo de 2018

El culebrón catalán, explicado para curiosos

¡Hola chavales!  ¿A que no sabéis qué traemos hoy?  ¡Cataluña!

En un famoso sketch publicitario del dúo cómico Gomaespuma, la esposa de un fontanero muy estresado le contaba una llamada recibida desde el colegio, avisando que la caja de herramientas no sabía la tabla del 9.  La mujer advertía al fontanero que debía haber dejado a su hijo en el colegio, y le pedía que revisase el maletero del coche, por si el niño estuviese allí.  Temiendo su error, el fontanero terminaba justificándose:  “¡Me estáis volviendo loco!”.

Y para volver loco a cualquiera es el larguísimo culebrón del Parlament catalán, incluso sin necesidad que medie estrés alguno.  Cuando por fin pudo celebrarse ayer votación sobre un candidato a President tras 3 meses de negociaciones, el resultado fue... fallido.  El candidato no consiguió los votos necesarios y no pudo por lo tanto ser investido.  ¿Por qué?  ¿Y qué va a suceder a continuación?

Pues buenas preguntas, dignas pues de excitar la curiosidad científica de los lectores de esta inmarcesible Gacetilla.  ¡Vamos allá!

Un plan socialista

En Mayo de 2014 os dijimos que nos parecía probable que el PSOE gobernase a partir del año siguiente, en coalición con Podemos a IU, y apoyándose en los nacionalistas.

En Julio de ese año, los socialistas eligieron a Pedro Sánchez como secretario general, y él debió pensar lo mismo que nosotros, porque inmediatamente puso en marcha una estrategia orientada a amarrar a comunistas y separatistas como socios de gobierno.  Pero modestamente renunciamos a la paternidad de la parida, y vamos a bautizar a esa estrategia como el Gran Plan de Sánchez.

El problema del Gran Plan, como os dijimos en Noviembre de 2014, es que los poderosos amigos extranjeros del PSOE no iban a querer que Podemos pillase dinerito accediendo a algún ministerio.

Cuando, celebradas las elecciones en Noviembre de 2015, Sánchez pudo confirmar que la única vía para alcanzar La Moncloa era pactar con Podemos, no estuvo ya pues en condiciones de ofrecer ningún ministerio a los bolivarianos.  El obvio resultado fue que éstos le dedicaron una cariñosa peineta, no le votaron y hubo que repetir las elecciones.

La nueva consulta se produjo en Junio de 2016, arrojando resultado casi idéntico al anterior.  En esta ocasión, sin embargo, Sánchez intentó forzar el pacto con Podemos a pesar de la oposición de sus mayores, por la vía de presentarlo como hechos consumados.  Pero fracasó, en Octubre de 2016 Sánchez fue atajado mediante un golpe de mano y expulsado de su cargo, y Mariano Rajoy se mantuvo en el gobierno.

Sin embargo, no fue ese el fin de la historia.  En un dramático giro de acontecimientos, los militantes socialistas mosqueados por haber sido descaradamente ignorados por las fuerzas fácticas con poder sobre el partido, aprovecharon las primarias de Junio de 2017 para devolver a Sánchez a la secretaría general del partido.  Y con él, volvió la estrategia de pacto con Podemos-IU y los separatistas.

El pacto con los separatistas

El apoyo de los separatistas al Gran Plan viene dado porque Sánchez ha preacordado secretamente con ellos otorgarles 2 privilegios exclusivos de enorme importancia, que os explicamos en Diciembre de 2017 y que son los siguientes:

Privilegio fiscal

La recaudación de impuestos en Cataluña se haría localmente, otorgando en la práctica a la Generalitat de Cataluña derecho de veto sobre la transferencia de recurso alguno al resto de España.  El efecto de esta medida sería el paulatino cese de dichas transferencias económicas, sin contrapartida política alguna, puesto que los electores catalanes seguirían teniendo idéntico peso en la distribución de los impuestos del resto de España que hace el Congreso.


Privilegio judicial


El control sobre la carrera profesional de los jueces en Cataluña se transferiría a un nuevo órgano que, en la práctica, estaría dirigido por los separatistas.  De esa forma, ellos se encontrarían en condiciones de “gestionar” con todo el poder el curso de futuras investigaciones judiciales (evitando así daño indebido a pasados o futuros amigos Pujoles).


Animados por tan colosales zanahorias, a partir del regreso de Sánchez los socios separatistas comienzan a movilizarse de nuevo para ejecutar la parte del Gran Plan que les corresponde.  Se trata de protagonizar una declaración de independencia ficticia, destinada a envenenar el clima político en España lo máximo posible, con la esperanza de que el Gobierno popular cometa algún error (o tenga un accidente tal como un muerto en una manifestación) que lo haga caer.

Una vez derribado el gobierno popular, el Gran Plan preveía la aparición de Pedro Sánchez como figura mesiánica y salvadora.  Descendiendo desde los cielos, Sánchez extendería su mano y tocaría la punta de los dedos de Puigdemont, que mágicamente se avendría inmediatamente a negociar con él.  El resultado pre-pactado de tal negociación sería, como los más inquietos de vosotros ya os imagináis, que los separatistas renunciarían mágicamente a la independencia, a cambio del privilegio fiscal y el privilegio judicial que describimos más arriba.

Naturalmente, esto convertiría España en un país de ciudadanos de primera y de segunda.  Los residentes en Cataluña, votarían igual que los demás, pero no contribuirían fiscalmente como los demás.  Y los del resto del país sufragarían la generosidad de Sánchez pagando más a cambio de nada.  Gracias, Pedro.

Los más escépticos de entre vosotros os preguntaréis cómo podemos conocer la existencia de este pacto.  Os proponemos pues que uséis la inducción vosotros mismos.

  • Los separatistas parecían extrañamente confiados que Cataluña no abandonaría la UE, que los bancos catalanes seguirían contando con acceso a la protección del Banco Central Europeo, y que incluso la participación del Barça en la Liga española no se econtraba en peligro.  ¿Cómo se explica tanta confianza?
  • Los socialistas propusieron incorporar el nuevo concepto de “plurinacionalidad” en la Constitución.  No explicaron para qué lo quería, pero sucede que la plurinacionalidad crea las “naciones” como sujetos soberanos, que pueden pues en cascada decidir sobre sus propios impuestos y poder judicial.  Además, los socialistas se mostraron a favor de la creación de una agencia fiscal catalana y del Consejo Judicial Catalán, organizaciones que son necesarias para implantar los 2 privilegios previstos.  ¿Es una coincidencia involuntaria?
Si esto no es suficiente para aclarar vuestras dudas, no hay problema.  Esperad a ver qué es lo siguiente que hace el PSOE.  Si sucediera que, casualmente, la siguiente medida que anuncie el PSOE a partir de ahora (y que naturalmente nosotros no tenemos modo de conocer en esta fecha) parece sospechosamente diseñada para conducir al otorgamiento de los privilegios descritos, entonces hasta los más escépticos tendréis que admitir que si tiene patas de pato, pico de pato y grazna como un pato, a lo mejor es que es un pato.

O, en este caso, un pacto.

No contaban con mi astucia

Bueno, pues ya tenemos de acuerdo a Sánchez con los separatistas de ERC y PDeCat (los chiflados de la CUP estaban excluidos del Gran Plan) y Podemos (siempre se puede contar con Podemos si hay 1 ministerio o 2 para colocar perroflautas y repartir subvenciones a las asociaciones de cabecera del partido).  De modo que manos a la obra (de teatro, en este caso).

Tras la reelección de Sánchez, los separatistas interpretan su papel se lanzan a la provocación máxima, buscando la confrontación con el Gobierno de España presidido por Mariano Rajoy.  Ante la aparente falta de contundencia en la reacción gubernamental, van montando desafíos cada vez más osados, y finalmente ponen en escena el referéndum del 1 de Octubre de 2017.

Dando un ejemplo de democracia separatista, montan una consulta organizada, arbitrada, participada y recontada por ellos mismos, alcanzando un resultado que haría palidecer de envidia al rumano Nicolae Ceaucescu:  90% de votos a favor de la independencia.  Una foto fidedigna de la opinión de todos los catalanes, como véis.

Ya, pero  ¿y Rajoy?

Pues esperando.  Ante la evidencia que el PSOE tenía prepactada la teatralización del 1-O con los separatistas, y que estaba esperando impacientemente que se produjese cualquier actuación del Gobierno de España para criticarla, Rajoy decidió no hacer prácticamente nada.  Permitió que los acontecimientos siguieran su curso y esperó.

Visto en perspectiva, fue una jugada maestra.  A medida que las provocaciones separatistas se hacían mayores, la opinión pública no separatista (dentro y fuera de Cataluña) se indignaba más y más, y se hacían más fuertes las peticiones de reacción contra los separatistas.

De forma espontánea se organizaron en distintas ciudades de España ceremonias de despedida y ánimo a los policías y guardias civiles que acudían destacados hasta Cataluña.  En la época de Twitter y Whatsapp, la superioridad mediática del PSOE fue incapaz de contener la ola de indignación.  Tras el 1-O, llegó el 12-O, y España se llenó de banderas.

En esa situación, un pequeño esfuerzo del Gobierno popular fue suficiente para que todos los ojos de la opinión pública apuntasen de forma natural hacia el PSOE, reclamando el apoyo socialista a una intervención contra el separatismo.  Ante el pánico por que un Gran Plan descontrolado pudiera acabar con el partido para siempre, finalmente Sánchez no tuvo más remedio que claudicar, abjurar de su pacto con los separatistas, capitular sin condiciones y apoyar públicamente la inédita aplicación del artículo 155 contra ellos.

Ningún medio de comunicación se hizo eco, pero para eso tenéis a la Gacetilla Panfletaria.  En ese momento, y por un fugaz instante, Rajoy brilló y pareció menos inmovilista… y más astuto.

Recuento de daños

Y así llegamos a donde estamos hoy.  Veamos.

Los socialistas de Sánchez han apoyado el 155.  Sin embargo, el fracaso del Gran Plan ha galvanizado a la oposición interna a Sánchez, que le responsabiliza de la destrucción de la franquicia electoral del PSOE.  Ante esa situación, cualquier paso atrás de Sánchez sería interpretado como un signo de debilidad dentro del partido, y por lo tanto no le resulta posible cambiar de estrategia.

Así pues, nada ha cambiado y el PSOE mantiene intactos en su programa la plurinacionalidad, los privilegios catalanes (agencia tributaria y Consejo Judicial), y mantiene el apoyo ciego a los separatistas en Cataluña, Valencia, Baleares e incluso Aragón.  Paradójicamente pues, el fracaso del Gran Plan lo ha reforzado en el PSOE, al quedar indisolublemente vinculado con la carrera política de Sánchez.  Ambos triunfarán o (diríamos que más probablemente) morirán juntos.  Lo que no está claro es qué quedará del PSOE cuando eso suceda.

El abismo separatista

Ese, sin embargo, es el medio plazo.  Los separatistas, por el contrario, viven un drama existencial mucho más acuciante.  La propia continuidad práctica de los partidos separatistas está en cuestión a corto plazo.

Desde que se aprobó el Estatut de Autonomía catalán en 1980, hasta la crisis de 2010, la Generalitat ha tenido más y más transferencias, recursos y dinero cada año.  Mientras que la participación de Estado y Ayuntamientos en el PIB de España se mantenía cerca del 31%, los gobiernos autónomos pasaron del 0% hasta el 15% durante ese período.

Esas 3 décadas de contínua abundancia burocrática, durante las cuales se ficharon cargos de confianza, se entregaron contratas públicas y se subastaron licencias, provocaron el crecimiento alrededor de ERC y PDeCat un entourage de 20.000 ó 30.000 personas que, esencialmente, viven del cuento.

Productoras de televisión que venden a TV3, editores de revistas en catalán que viven de las subvenciones, cargos públicos y sus cuñados en las empresas de limpieza, responsables de obras públicas y empresas constructoras, gerentes de urbanismo e inmobiliarias…  Hablamos de miles de personas que nunca han conocido un verdadero apuro económico.

Para todos ellos, sin embargo, el fin de una época ha llegado.  El un gasto público en España alcanzó en 2010 el 31% + 15% = 46%, un nivel difícil de superar en países de nuestro entorno.  A partir de ese punto, por lo tanto, el aumento del pastel autonómico sólo puede hacerse a base de reducir el del Estado y los Ayuntamientos.  Pero estos últimos ya están muy privados de recursos en comparación con otros países europeos, de modo que no hay en ellos mucho dónde rascar.  Eso fuerza al entourage separatista a intentar la prolongación de su larguísima bonanza buscando nuevos recursos en detrimento del Estado.

Luego la idea tenía sentido y buena pinta (para ellos, claro), y el pacto con Sánchez parecía permitirlo.  Sin embargo, todo el plan no podía ocultar cierto tufillo a recurso desquiciado de mal estudiante la noche anterior al examen.  Todo podría en teoría salir bien, pero en la práctica no suele hacerlo.

De modo que ahora estamos fastidiados.  Con la Generalitat controlada por el Estado tras el 155, se acabaron los nombramientos, adjudicaciones de contratas y el otorgamiento de subvenciones a “els nostres”.  Y sin dinero, las lealtades se resquebrajan, los documentos comprometedores pueden empezar a emerger, y el sálvese quien pueda podría estar a la vuelta tras cualquier incidente.  Cada día que pase sin dinero, aumenta el riesgo de que se nos hunda el chollo.

Y es todavía peor.  A medida que la nómina de fugados al extranjero crece, el dinero astutamente colocado offshore por los separatistas va teniendo que repartirse entre más usuarios, muchos de ellos intelectualmente incapacitados para trabajar en nada distinto al pasilleo político.

Por lo tanto, todo esto es carísimo y se hacer necesario recuperar el control de la Generalitat cuanto antes.  Sin embargo, el peaje para eso consiste en recular de forma pública y evidente del plan secesionista, lo cual puede tener efectos electorales poco menos que telúricos.

Hay que entender que ERC y PDeCat no contaban con perder (como el mal estudiante del ejemplo), y no tenían planificado cómo gestionar la derrota.  El plan consistía en renunciar a la independencia únicamente tras haber obtenido los privilegios exclusivos (fiscal y judicial), de modo que el resultado de la gestión pudiese presentarse como una victoria.

Sin embargo, renunciar a la independencia sin contrapartidas abrirá la puerta a que los votantes separatistas se hagan muchas preguntas sobre qué les han estado ocultando sus líderes todo este tiempo, y cual era el propósito real de todo este enorme montaje.  Inevitablemente, algunos de ellos pasarán a la abstención pero otros, todavía peor, se pasarán a la CUP, que es la competencia.

Con menos votos, y con la CUP rasgándose las vestiduras por la traición separatista cual novia ultrajada, la probabilidad de que ERC y PDeCat vuelvan a gobernar con poder suficiente para alimentar a su entourage puede caer dramáticamente.  En esas condiciones, un accidente puede producirse (o un documento puede aflorar), y la implosión de uno o de ambos partidos no es imposible.

A grandes males

De modo que con estos mimbres tiene que hacer su cesto Torrent, el separatista presidente del Parlament.  Y tras mucha preparación, esta semana por fin hizo su jugada.  De nuevo, salió mal.

Torrent tiene que conseguir que haya nuevas elecciones para poder presentar un programa que pueda implantarse sin provocar otro 155, y así devolver urgentemente a los separatistas el acceso a los fondos de la Generalitat.

Sin embargo, para que comience a correr el reloj de las nuevas elecciones, hace falta votar a un candidato.  Nadie quiere serlo, corriendo el riesgo de aumentar las multas a afrontar con patrimonio personal, o alargando unos meses más su potencial, previsible o actual estancia en prisión.  Por fin consiguió que hubiese un voluntario, Turull, pero éste se negó a presentar un programa independentista.  Y la CUP, que huele sangre y quiere desplazar a ERC y PDeCat como partido repositorio de las esencias independentistas, advirtió que no votaría por nadie que no hiciese una proclama independentista.

Aun así, Torrent presentó a Turull.  Con suerte, la CUP decidiría no romper el frente separatista y le apoyaría.  Y de lo contrario, al menos empezaría a correr el reloj para las nuevas elecciones.  Llegado pues ayer el día de la votación, la CUP no apoyó a Turull, éste no consiguió ser investido, y el reloj se puso en marcha para la celebración de nuevas elecciones antes del 15 de Julio de 2018.

¿Y ahora, qué?

Bueno, pues ahora toca a los partidos reconstruir sus discursos.

El PSOE (o más bien su actual dirección) sigue confiando en el Gran Plan, del cual hará un refrito que consiga mantener a Sánchez en la Secretaría General del partido hasta las próximas elecciones generales.  Esas generales sentenciarán al autor del Gran Plan.

ERC y PDeCat tienen que ponerse dignos manteniendo su separatismo, pero teniendo cuidado para permanecer prudentemente tras la raya que marca un nuevo 155.  Entre tanto, tienen que confíar que a sus fugados no se les acabe el dinero para vivir en Bélgica sin trabajar (excepto una de ellos, que se ha buscado curro y ha cedido su puesto a la mesa a otro).  Además, tienen que defenderse uno del otro, porque ambos se temen que cuando accedan a la Generalitat habrá menos dinero que de costumbre, y que en el subsiguiente juego de sillas, alguno va a haber que se quedará de pie cuando cese la música.  Y finalmente, en el PDeCat tienen que resolver las desavenencias entre la vieja guardia y Puigdemont, que parece tiene su propio empresario de cabecera personal (otro contratista), sus propias fuentes de financiación, y que por lo tanto se viene arriba y se pone un poco chulo internamente.

Con toda probabilidad, la CUP se llenará la boca llamando traidores a ERC y PDeCat, para intentar desplazarles en las nuevas elecciones.  Se van a poner morados.

El PP no se comerá ni una rosca.  La táctica de retraso de Rajoy, aunque éxitosa en última instancia, ha sido mal (o nada) entendida por sus votantes, que se han pasado a Ciudadanos.  En la medida en la que las nuevas elecciones se interpreten como una victoria del Gobierno de España, puede que el resultado del PP sea algo mejor que en 2017, pero aun así será muy bajo.

Y finalmente, el gran vencedor, Ciudadanos.  Ni fue responsable del Gran Plan, ni sufrió los ataques de un PSOE ávido por pillar La Moncloa, ni cometió nunca el error socialista de aspirar a alcanzar al electorado nacionalista.  No está pues ahora obligado a cambiar su programa electoral, beneficiándose así de una imagen pública de coherencia  Además, se ha colocado como primer partido de la oposición y, por lo tanto, como receptor privilegiado de voto útil.  Pero encima, resulta que Pedro Sánchez no puede atacarlo, porque un posible hundimiento electoral de Podemos convertiría a Ciudadanos en el único socio posible para los socialistas.  Todo pues a favor para Ciudadanos, es probable que mejore sus resultados de 2017.

La regla del 9

Lo que al final queda claro es que este escenario es uno de gestión de derrota.  Sin embargo, no nos hagamos ilusiones en el sentido de que los problemas quedarán atrás rápidamente, porque el daño ha sido grande.  Parte de la población catalana no está en posición a aceptar inmediatamente que lo que se dirimía es fundamentalmente el mantenimiento del modus vivendi de una enorme clase política, nostálgica de su perfecto mundo anterior a 2010.  Esa clase política se resiste a afrontar el problema existencial que el ecosistema donde prosperaron se ha secado, y que se avecina un futuro con menos reparto de pastel político, y más incentivos al trabajo honrado.

Entre tanto, preparaos para 4 meses con todos los actores peleándose en escena entre grandes aspavientos:  Puigdemont contra Boadella, Junqueras contra Puigdemont, Junts per Catalunya contra PDeCat, la CUP contra ERC y PDeCat, Torrent contra el juez Llarena, fugados contra encarcelados, solteros contra casados, el imperio contra ataca, y más me pica contra más me rasco…

¡Me estáis volviendo loco!

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